Fluflú

Fluflú

Hace tiempo que el tiempo no interesa. Estamos pegados a una esfera, y nadie cae de ella, debido a la gravedad del asunto. Divididos en cuatro estaciones al año, a las que no llega ningún tren. Esparcidos por el suelo, buscando algún poema que poder comer. Cuando por fin los rayos de Sol iluminan nuestra sombra y comenzamos a entender el placer de la existencia: suenan los timbres del deber. Las ovejas, sin lana y con pastor, interrumpen el placer del albedrío y desfilan con el miedo en sus ventrículos. Esperando al mañana, se extravía el hoy en algún callejón de los olvidos. Por alguna razón, mientras rugen las alarmas, algunos seres inconscientes como Fluflú permanecen secuestrados por la calma. A la vez que el rostro de los otros se enfría y acartona sujeto al imperio de la diligencia, el de Fluflú persiste ilusionado, aderezado en el sosiego. Un enorme secreto a voces le recuerda momento a momento lo bien que están hechas las cosas del vivir y, en todo caso, ante algún imprevisto, lo adecuada que es una copa del mejor de los vinos.

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